Arias Cañete ha manifestado, según leo en Público, que él se ducha con agua fría porque mientras dejamos correr el
agua para que salga caliente se desperdicia una gran cantidad del preciado
líquido.
Situémonos. Si yo estoy en un bar tomando unas cervezas con
un amigo y me hace tal revelación, brindaría con él por el sacrificio que realiza
para ahorrar recursos; sin embargo, si el ministro de medio ambiente es quien
lo dice y viendo el antecedente de los yogures, no puedo más que echarme a temblar.
¿Qué macabra ley puede surgir de este chascarrillo? Es
posible que el gobierno pretenda limitar el uso de la energía en las casas. Se
me ocurre que podrían poner dispositivos que controlen el tiempo que pasamos en
la ducha y el que quiera estar más de cinco minutos, que empiece a mojarse
cuando el agua aún sale helada. Claro que esto plantearía ciertos dilemas
morales: después de uno de esos días que todos tenemos, en que no salimos de
casa (habitual en los más de cinco millones de parados) y la desgana nos lleva
a suprimir el rato de la ducha (algo que sucede aunque casi nadie lo confiese),
de forma que al día siguiente necesitamos imperiosamente ese rato de aseo,
¿podríamos disfrutar de los minutos ahorrados el día anterior? ¿O se perderían
como los que no gastas en la tarifa plana del móvil de un mes para otro?
Otra de las opciones sería la imposición de un canon o un
impuesto extraordinario cuando el gasto de agua caliente supere un determinado
número de litros por persona al mes. Ya nos veo teniendo que prescindir de esas
melancólicas noches de invierno en que necesitamos una larga ducha caliente que
nos libere del estrés del día o tomando una medida parecida a la que tomó la
alcaldesa de Madrid de recoger la basura cada dos días; en este caso, uno de
cada dos días la gente no se pararía a hablar con nosotros por la calle, porque
sería el dedicado a evitar superar el límite de gasto de agua.
De nuevo escribo sobre una ocurrencia que parece
descabellado pensar que se pueda convertir en medida de ahorro gubernamental,
pero a estas alturas no hay que descartar nada. Acuérdense de esto cuando,
dentro de unos meses, las duchas empiecen a formar parte de nuestras
preocupaciones económicas o, peor aún, cuando lleguen a ser exclusivas de las
clases privilegiadas.
Apoyo e intento fomentar las pequeñas medidas personales de ahorro de los ciudadanos, que pueda parecer que no son significativas pero que suman para que entre todos logremos controlar mejor nuestros recursos. No obstante, veo complicado imponer estas medidas a la población y, en cualquier caso, esto nunca sería tan efectivo como lo que realmente hace falta (por mucho que me repita): concienciación, educación…
No hay comentarios:
Publicar un comentario