Me sorprende seguir leyendo artículos de autores indignados al conocer la existencia de la obsolescencia programada o planificada, una de las bases del capitalismo y que el propio sistema nunca ha intentado ocultar. Hemos sido más bien los ciudadanos quienes no lo hemos querido saber y tampoco hemos dudado a la hora de aplicar nuestro propio plan de obsolescencia de los productos…
Todos recordamos el impacto que tuvo aquel documental
titulado Comprar, tirar, comprar, que “mostraba al mundo” la existencia de la
obsolescencia programada, como si hubiera destapado una trama de espionaje
entre gobiernos. Con el ejemplo de las bombillas a las que acortaron su duración y la impresora que tiene un límite de impresiones, no se estaba
definiendo más que uno de los fundamentos del sistema que gobierna el Primer
Mundo: el consumismo.
Esta técnica de la obsolescencia planificada se basa en
determinar la duración de los productos de consumo, en especial los eléctricos
y electrónicos, para obligar al comprador a hacerse con uno nuevo pasado un
tiempo, previamente establecido a su conveniencia por el fabricante. Bajo esa
premisa nació el consumismo y así me lo explicaron en primero de carrera.
Recuerdo la indignación de la gente al saber del documental
y de esta táctica de negocio y mi estupefacción porque algunos de ellos no solo
no lo supieran, sino que ni lo intuían. Entiendo que puede ser una teoría poco
extendida, pero de ahí a quedarse de piedra por lo que en el documental se
muestra, hay un abismo.
Pretender demonizar al capitalismo por esta práctica me
parece absurdo. El sistema es el que es y el problema no viene de su
funcionamiento sino de los ciudadanos que no se han molestado en conocerlo. El
consumismo era bonito en la segunda mitad del siglo XX, porque era la moda,
marcaba la clase social y alejaba de esos locos que hablaban de medio ambiente.
Nadie se preocupaba por sus consecuencias. Ahora, cuando el
consumismo está tan arraigado y los problemas ambientales son críticos, muchas
personas se echan las manos a la cabeza mientras siguen pensando que su
teléfono móvil es antiguo porque tiene un año de vida y han aparecido varios
modelos nuevos desde entonces.
El capitalismo utiliza diversas tácticas para obligarnos a
consumir y la obsolescencia programada solo es una de ellas. Su especialidad es
crear una necesidad donde realmente no la hay, que por supuesto debe ser
cubierta por el producto estrella. Así triunfaron los ordenadores portátiles,
los teléfonos móviles, los reproductores portátiles (en general) y, más
recientemente, las tabletas. ¿Pensáis que estos objetos realmente sí son
necesarios? Eso es porque el sistema hace muy bien su labor.
La propia moda es una herramienta más del capitalismo para
obligarnos a consumir, por eso ahora se vuelven a llevar las enormes gafas de
pasta de los ochenta y cada año se determina un color para vestir. El objetivo
no es otro que renovar lo más pronto posible el vestuario, tanto de ropa como
de complementos.
El consumismo es la principal fuente de ingresos del sistema
capitalista y hay que mantenerlo como sea. Obligar a punta de pistola sería
antidemocrático, así que se utilizan tácticas sutiles para que el ciudadano
medio nunca pare de gastar. Aunque muchas veces no son tan veladas, se lo
podéis preguntar a las personas con hijos en edad escolar y los sistemáticos
cambios de los libros de texto, que impiden su tradicional herencia.
Las consecuencias ambientales no voy a recitarlas ahora,
pero sí veo importante recordar las formas de combatir el problema: el
reciclaje es fundamental, así como no cambiar un producto por otro nuevo cuando
nos lo digan las tendencias, sino cuando creamos que es realmente necesario.
La mayor parte de la obsolescencia la llevamos a cabo por
iniciativa propia, mientras nos escandalizamos viendo el famoso
documental. Cada poco queremos un móvil nuevo, una tableta mejor, una ropa que
no esté pasada de moda, unas gafas como las que están creando tendencia…
El capitalismo se frota las manos al ver lo bien
aleccionados que estamos, sustituyendo los productos por otros nuevos antes
incluso de lo que su “maléfico” plan había previsto. A eso no se le puede
llamar obsolescencia programada. Es, más bien, una obsolescencia consentida u
obsolescencia por iniciativa propia. Y es, sin duda, uno de los principales
problemas del medio ambiente.
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