Me vengo quejando bastante del turismo en los parques nacionales, que creo que contraviene la esencia de estos espacios protegidos,
que no es otra que conservar un entorno natural y único. Sin embargo, no hay
como visitar un lugar aún más maltratado para darse cuenta de que el turismo
bien gestionado puede hasta no ser tan malo (algo que negaré haber escrito, alegando
un hackeo del blog).
Los Jameos del Agua, una de las atracciones turísticas más
demandadas de la isla de Lanzarote, no es sino un auténtico despropósito. Lo
que se supone que va a ser la visita a un espectáculo de la naturaleza en un
tubo volcánico, se convierte en una sesión de no dar crédito y de contemplar,
con horror, cómo el ser humano puede ser destructivo y además jactarse de ello.
La última sensación que tiene el visitante dentro de este
espacio es que está en un entorno natural. Las paredes pintadas de blanco, las
luces incrustadas en las rocas, el suelo de mármol y, obviamente, las mesas del
restaurante y de la cafetería convierten este lugar en uno de los bares mejor
decorados que he visto, a costa de la manipulación sin contemplaciones de la
naturaleza.
Quizás por eso sorprenda más aún la presencia en el lago
interior de una especie endémica, Munidopsis polymorpha, un tipo de cangrejo blanco que se puede observar sin mayores problemas durante la visita y que está
en peligro de extinción. Uno de los motivos de su delicada situación es,
sorpresa, la presencia de visitantes en los Jameos del Agua y una horrible y
extendida costumbre: la de arrojar monedas a cualquier fuente o curso de agua
que sea objeto de turismo masivo.
El óxido que desprenden estas piezas ha puesto en serio
peligro la supervivencia de los decápodos, lo cual se ha intentado paliar con
la prohibición de este gesto. Algo que no me deja tranquilo, conocida la
cabezonería que solemos tener en cuestiones de creencias estúpidas. ¿No sería
más eficaz prohibir la presencia de visitantes que colocar un cartel junto al
lago?
La artificialidad se hace oficial al observar la piscina, un
lujo para grabar un vídeo musical a lo Justin Bieber o para dar una fiesta de
lo más exclusiva, pero carente de interés para el visitante que pueda entrar
buscando el atractivo volcánico de la isla de Lanzarote. Algo que sí se
encuentra, alivio, en la Casa de los Volcanes, donde se puede conocer la
dinámica y la historia de la actividad magmática en las Islas Canarias y que
hace que merezca la pena la visita a este enclave, que para mi grupo supuso la
misma inversión económica que el acceso al Parque Nacional de Timanfaya. No hay
color en la comparativa calidad-precio.
Quizás no entienda el arte o sea un radical de la
conservación de los espacios naturales, pero vender como enclave natural único
un lugar que tiene un restaurante, una cafetería, una piscina y un auditorio no
me parece de lo más honesto, máxime cuando estamos hablando de un sitio tan maltratado
por la mano del hombre.
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