martes, 3 de julio de 2012

Criticando a La Roja


Ayer tuve la suerte de asistir a las celebraciones en Madrid por el nuevo título de la selección española de fútbol, que se ha proclamado campeona de Europa por tercera vez en su historia, y vivir en primera persona la alegría de los aficionados, la inundación del color rojo en las calles de la capital, el buen ambiente y la camaradería entre todos los asistentes.

Los jugadores de España en el momento de recibir el trofeo.
En este último mes, en que se ha celebrado el campeonato, no han cesado las críticas: al deporte, al negocio que genera, a los actos lamentables relacionados con estos eventos, como enfrentamientos entre aficiones o insultos racistas… Pero la crítica que más me ha llamado la atención ha sido la realizada a la propia celebración de la gente.


Unos han tachado a los españoles de tontos, de dejarse absorber por una cortina de humo que intenta disimular la penosa situación económica y las constantes medidas por parte del gobierno, suprimiendo servicios públicos mientras regala dinero a la banca.

Otros han criticado a los que celebraban las victorias en la calle, como ayer, acusándoles de salir para celebrar un triunfo de un equipo deportivo y quedarse en casa cuando hay que luchar por los derechos de los trabajadores o protestar contra los abusos de los poderosos.

Entiendo que todas las críticas, ciertamente fundamentadas, pueden tener su parte de razón o su base argumental pero, una vez comprendido este punto, he llegado a la conclusión de que son algo ilógicas.

Nuestro cerebro es, en definitiva, una máquina y también necesita recargarse. Esto lo solemos conseguir con un enchufe en otros aparatos, léase teléfonos móviles, ordenadores portátiles o videoconsolas de bolsillo, por no hablar de los que están permanentemente conectados a la red eléctrica, como los ordenadores de sobremesa o los televisores.

Cientos de miles de personas se dieron cita en las calles de Madrid.
Pero nuestro cerebro es portátil y no puede ser enchufado. Cuando está bajo de batería no se para, pero empieza a funcionar de forma incorrecta. ¿Cuántas veces no hemos achacado al cansancio decisiones inadecuadas o comportamientos fuera de lugar?

Esta compleja maquinaria tiene dos formas de recargarse: dormir y desconectar. Entiéndase desconectar como ese tiempo en que el cerebro deja de trabajar y se vence al placer, con actividades como ver la televisión, escuchar música, leer una novela, practicar sexo o hacer deporte.

Este acto de desconectar es imprescindible para el buen funcionamiento de la maquinaria, para que podamos pensar con claridad, realizar nuestro trabajo correctamente o tomar las mejores decisiones.

Todos conocemos la situación de España, a nivel económico, social y mejor no mencionar el aspecto ambiental… Ahora es más necesario que nunca que nuestro cerebro funcione lo mejor posible y las ineludibles horas de sueño hay que complementarlas con esas desconexiones que nos permiten volver al trabajo, a las actividades exigentes, ofreciendo las máximas prestaciones.

La Eurocopa 2012 ha servido de desconexión general para millones de españoles y, por extensión, europeos. Personas que, después de la victoria nacional, han ido a sus trabajos contentos, comentando con los compañeros las anécdotas y, con ese ánimo, se han puesto a trabajar con mayor potencial que en otras ocasiones, en que el estrés y el estupor nos ralentizan.

Hoy sigue habiendo paro, recortes, precariedad e incendios forestales, pero muchos tenemos los cerebros recargados para hacer frente a todo eso.

Los aficionados celebrando el título en Kiev (Ucrania).
Por lo tanto, esas personas que tanto critican las celebraciones multitudinarias deberían pensar en toda la gente que allí ha ido, en el bien que hace este acto banal para su mente, en que les ayuda a ser un poco más felices dentro del drama de cada uno y que esta es la única manera de afrontar los problemas con las garantías de un cerebro fresco y lúcido.

Ahora, volvamos a ocuparnos de los asuntos importantes de cada cual pero siempre, como dicen en los vuelos transoceánicos, respetando el descanso de los demás.

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