El proyecto Autopía, del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas (CSIC), lleva 16 años en marcha, desde 1996. El objetivo es crear
un sistema para que los vehículos sean autónomos, esto es, que los coches
puedan circular sin conductor, por medio de
complejos sistemas de posicionamiento.
Este proyecto tuvo su último capítulo el pasado mes de
junio, con la realización de un recorrido de prueba desde San Lorenzo de El
Escorial hasta el Centro de Automática y Robótica del CSIC, en Arganda del Rey.
Platero, el vehículo autónomo que participó en la prueba,
necesita saber una gran cantidad de datos del recorrido, ya no solo las
carreteras por las que circular, sino otros más concretos como el estado del
firme o las condiciones meteorológicas. Como aún no hay un sistema eficiente
para proporcionar estos datos al automóvil, fue necesaria la presencia de un
coche guía, que iba unos metros por delante de él y, si bien no le marcaba la
trayectoria que debía seguir, sí le iba enviando cada segundo los datos
necesarios para que el coche autónomo hiciera el recorrido exacto y sin ningún
percance.
Platero, el Citröen C3 en el que se ha desarrollado la tecnología. |
Al margen del logro que supone este experimento y el gran
avance de la tecnología en estos años, creo que habría que cuestionarse la
utilidad del proyecto.
Transportémonos a un hipotético futuro. La tecnología de los
coches sin conductor ha sido exitosamente desarrollada y es posible que estos
automóviles se comercialicen. ¿Qué supone este hecho?
Una de las razones para desarrollar esta tecnología es el
intento de reducir los accidentes al mínimo. Entiendo que si todos los coches
fueran así, siguieran su trayectoria escrupulosamente, cumpliendo todas las
normas de seguridad vial y sin sobrepasar en ningún momento los límites de
velocidad ni jugar con el alcohol al volante, las muertes en carretera se
podrían reducir al mínimo, exceptuando los inevitables fallos mecánicos, tanto
de los propios vehículos como de sus sistemas de posicionamiento. La siniestralidad
en carretera sería similar a la que sucede en el metro o en los trenes.
Pero esto solo sería posible si todos los vehículos fueran
autónomos, para lo cual no habría más remedio que prohibir la conducción
manual. Y digo que no habría más remedio porque puede que para los
participantes en este experimento conducir sea una tediosa obligación, pero
para otros muchos ciudadanos, entre los que me incluyo, conducir es un placer,
una experiencia de la que disfrutar, una vía de escape en ocasiones. Para quien disfruta conduciendo, la única manera de comprar
un coche autónomo sería si los vehículos convencionales no fueran legales o,
simplemente, no existieran.
Pero claro, un disco de vinilo no puede chocar contra un cd
y provocar la muerte de personas. En cambio, si se permitiera la convivencia de
ambas formas de conducción, los coches autónomos no podrían cumplir su función de
evitar accidentes, puesto que estarían a merced de los que pudieran provocar
los conductores irresponsables. En este contexto, no creo que tuviera sentido
la circulación de coches autónomos.
En lugar de conducir, se puede leer un libro durante el trayecto. |
¿Y qué hay de la exploración? Estos vehículos automáticos
podrían ir desde Madrid a Valencia por autopista sin mayores problemas, pero no
sé si serían capaces de llegar hasta la finca de los abuelos en el pueblo,
teniendo que transitar por pistas forestales, o permitirían un paseo en todo terreno
por caminos de dudosa existencia, cruzando ríos o atravesando dunas.
Otra posible solución sería acotar las zonas de acción de
ambos vehículos. Esto implicaría que los autónomos tuvieran sus propias
carreteras, dejando a los manuales otros caminos alternativos. ¿Esto es viable?
Habría que duplicar las carreteras. ¿Y qué haríamos en las ciudades?
¿Dividirlas en sectores, en barrios en función de los coches de cada familia?
Lo que sí es cierto es que si los coches autónomos evitan
los accidentes, su convivencia con vehículos convencionales anularía esa
ventaja y la prohibición de la conducción manual parece algo descabellado.
Por lo tanto, sin menospreciar el trabajo de los científicos
ni minusvalorar los resultados obtenidos, creo que el mundo de los coches
autónomos no tiene muchas opciones en un futuro próximo. La existencia de los
trenes, el metro, los tranvías y otros medios parecidos, los aviones y demás
formas de transporte público, ya son suficientes alternativas para los que no
quieren conducir, un placer que no tiene por qué ser negado a las personas que
disfrutamos de ello.
El mundo de la automoción tiene otros problemas en los que
se está trabajando, como su inherente dependencia del petróleo. Los coches
eléctricos ya son una realidad y, a poco que mejoren sus prestaciones, podrán
sustituir a los modelos de gasolina y hacer del transporte privado no solo una
opción placentera, sino ecológica y barata.
Los coches del CSIC y toda la comitiva que los acompañó. |
El coche sin conductor parece una solución desproporcionada
para el objetivo de reducir los accidentes de tráfico, máxime cuando queda
tanto por hacer: la concienciación social (sobre todo relacionada con la
velocidad excesiva y el consumo de alcohol), la mejora de las carreteras, la
actualización de las normas de circulación, la renovación del parque
automovilístico… Todas estas acciones, viables hoy en día, reducirían en gran
número los accidentes de tráfico. Y, para el que no quiera conducir, seguirá
existiendo el transporte público.
Vaya desde aquí mi felicitación al equipo del CSIC por los
logros obtenidos y espero que esta reflexión sirva de algo si en un futuro este
proyecto se convierte en una realidad. No obstante, a día de hoy, lo veo
innecesario.
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