Esa
es, al menos, la idea que me traje de la jornada
organizada por la Fundación IPADE, Unesco Etxea y Coalición Clima
el pasado miércoles 17 de octubre, en La Casa Encendida de Madrid.
Bajo el título “El Río+20 que nos lleva: ¿es ese el futuro que
queremos?”, el objetivo de este seminario era plantear las
conclusiones de la cumbre de Río de Janeiro del pasado junio y
exponer el nuevo marco en el que debe desenvolverse durante los
próximos años el medio ambiente, bajo la tutela del capitalismo. La
nueva denominación para este proceso es economía verde, que viene a
sustituir al ya trillado desarrollo sostenible.
La
segunda cita del día, tras la apasionante intervención de Jeromo Aguado y Juan Luis Sánchez, fue con Roberto Bissio, director del
Instituto del Tercer Mundo y coordinador de Social Watch, una red
internacional de organizaciones ciudadanas preocupadas por la
igualdad y la erradicación de la pobreza. La entrevista fue
realizada por Susana Hidalgo, periodista y colaboradora de
eldiario.es.
Bissio
comenzó su alocución planteando la siguiente pregunta: ¿hay
espacio para el medio ambiente con la crisis? Sin duda, este punto es
fácil de comprobar: no lo hay. Por mencionar el caso más cercano,
la grave crisis nacional que asola España está suponiendo recortes
presupuestarios en áreas tan delicadas como la educación o la
sanidad públicas y deja poco margen para la preocupación ambiental.
De hecho, casi parece un sacrilegio hablar del entorno cuando hay más
de 5 millones de desempleados y un 21% de la población está por debajo del umbral de riesgo de pobreza, es decir, con su
independencia económica pendiente de un hilo.
La economía verde repite el error de querer resolver los problemas ambientales mediante los mismos mecanismos que los han creado.
El
medio ambiente está siendo uno de los mayores damnificados de esta
crisis global que se alarga ya más de cuatro años, pero la solución
que ofrece Roberto Bissio redunda en un error común que ya
mencionaba el campesino Jeromo Aguado: intentar resolver los
problemas utilizando los mismos mecanismos que los han creado. Si
hablar de desarrollo sostenible parecía de chiste, la economía
verde se acerca a una broma pesada.
La
idea de Bissio de que otro mundo es posible la expresa con las
emisiones de dióxido de carbono por parte de distintos países, a
saber: Estados Unidos emite, según sus datos, 20 toneladas por
persona y año, mientras que Europa emite 10 y Costa Rica 3. Las tres
regiones tienen un nivel de vida similar, por lo tanto hay otra forma
de hacer las cosas, esto es, de conseguir el nivel de bienestar de
los países ricos. También aporta el dato de China, con 4 toneladas
por persona y año, teniendo en cuenta que tiene un nivel de vida
menor y cuenta con 1.400 millones de habitantes, por 700 millones de
Europa, 300 de Estados Unidos o 4 millones de Costa Rica.
Las cifras pueden indicar que el capitalismo puede ser verde. Pero, ¿están dentro de la realidad?
Aquí
cabe plantearse algunas preguntas: ¿realmente Europa emite 10
toneladas para llegar al nivel de vida de Estados Unidos? ¿El dato
de Costa Rica es exacto? ¿Acaso el de EEUU? Me gustaría saber si el
gran porcentaje de productos manufacturados que consumimos en Europa,
procedentes de China, Taiwán, Tailandia o Vietnam, están incluidos
en nuestras emisiones. ¿O se intentan maquillar las cifras para
intentar demostrar que el capitalismo puede llegar a ser, en el
amplio sentido de la palabra, sostenible?
Además,
para el modelo capitalista las cifras lo son todo: decir que una
región emite una cantidad de dióxido de carbono por habitante
inferior a otra puede servir para sus estadísticas internas, pero el
medio ambiente tiene que soportar la cantidad total de gas expulsado
a la atmósfera. Según los datos anteriores, Europa emitiría 7.000
millones de toneladas de dióxido de carbono en un año, Estados
Unidos 6.000 millones, China 5.600 y Costa Rica “tan solo” 12
millones.
Ahí
está el fallo de ver al ambiente bajo el prisma del capitalismo, que
donde este ve unas estadísticas con las que poder calcular sus
modelos y sus políticas, el planeta tiene que soportar decenas de
miles de millones de toneladas de gases contaminantes procedentes de
pueblos ricos o pobres, países industrializados o agrícolas,
democracias saludables o dictaduras, con tendencia a reducirse o a
aumentar.
En 1993, el 90% de los proyectos ya incluían el desarrollo sostenible. Roberto Bissio achaca este logro a una simple sustitución de palabras en los informes, no a un compromiso real. Las estadísticas para 2013 no son más halagüeñas: donde decían desarrollo sostenible, digan economía verde.
Bissio
habla como un capitalista partidario de un cambio de modelo, llámese
economía verde o desarrollo sostenible, pero sin salir del actual
sistema económico que controla el devenir del planeta. Este
planteamiento no es válido para el medio ambiente, aunque debe ser
uno de los principales focos de lucha en la actualidad, sobre todo en
sus fines de erradicar la pobreza o conseguir una mayor igualdad
entre las personas de distintas regiones. En muchas ocasiones, no
cabe otra que adaptarse al sistema y jugar con sus reglas, pero eso
no nos exime de poder ver más allá, de plantear verdaderas
alternativas, auténticos mundos distintos.
Me
viene a la cabeza un ejemplo que me puso un profesor de economía en
la facultad, al hilo de cómo a veces el capitalismo no es compatible
con la vida real. La situación: estamos en la Segunda Guerra Mundial
y uno de los combatientes tiene importantes reservas de caucho que
necesita para cubrir sus necesidades armamentísticas. Este
vital almacén se encuentra en una colonia en el sudeste
asiático. Uno de los enemigos descubre el botín y decide
bombardearlo, de forma que queda completamente destruido. En esta
situación, el capitalismo ofrece una solución muy fácil: no pasa
nada, porque el caucho estaba asegurado y la compañía indemnizará al gobierno. Sin embargo, la realidad queda
por encima: se han perdido las reservas, estamos en guerra y, por
mucho dinero que se ponga para compensar, nos hemos quedado sin
toneladas de un material básico para nuestros planes militares.
Esta
vendría a ser la solución que intenta aportar el mercado a la
contaminación. El capitalismo puede ofrecer soluciones en forma de
compensaciones económicas, pero al planeta eso no le sirve, seguirá
recibiendo gases y vertidos, deteriorándose. La economía verde,
como el desarrollo sostenible, tiene esa capacidad de pintar de verde
al sistema, lo cual puede servir para engañarnos a nosotros mismos,
pero nuestro entorno sigue sufriendo los mismos castigos, con unos u
otros nombres, y terminaremos pagándolo, de peor manera cuanto más
demoremos una verdadera solución.
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